A-Pollo al Capital narrativo colombiano

En tiempos donde las marcas compiten por atención, Frisby no solo ha conquistado paladares, sino también corazones. La reciente controversia con una marca española que plagió su nombre e imagen ha generado algo inesperado pero profundamente revelador: una ola de apoyo emocional y espontáneo por parte de otras marcas colombianas, incluso de aquellas consideradas competidoras.

Lo que estamos presenciando no es una simple reacción de redes sociales. Es el resultado de años construyendo algo mucho más profundo: un capital narrativo sólido, con raíces en la autenticidad, la tradición y el orgullo local.

¿Qué es el capital narrativo y por qué importa?

El capital narrativo es la acumulación de historia, símbolos, valores y vínculos emocionales que una marca construye con el tiempo. Va más allá de un logo o un slogan; es lo que la convierte en parte de la cultura, lo que la vuelve irremplazable en la memoria colectiva.

Frisby ha construido este capital a través de:

  • Una identidad coherente y reconocible (el personaje, los colores, el tono amable y familiar).
  • Un relato que conecta con la infancia, lo local, lo auténtico.
  • Una presencia constante en la vida cotidiana de millones de colombianos.
  • Adaptarse a los cambios.

De competencia a comunidad

Las piezas que hoy circulan en redes sociales —desde Qbano, Buffalo Wings, Ruby Rose, hasta Andrés Carne de Res— no son solo gestos de apoyo: son un reconocimiento de que Frisby representa algo más que una marca de pollo frito. Representa una marca-país, un símbolo de lo hecho con cariño, sabor y originalidad.

Frases como:

  • “Aquí solo original. Las copias, que hagan fila.”
  • “Nadie lo hace como ustedes lo hacen.”
  • “Celebramos lo auténtico, defendemos lo que nace del corazón.”

…no solo defienden a Frisby, sino que reafirman un principio narrativo poderoso: en la autenticidad reside la diferencia.

Lo que las marcas pueden aprender

Este caso deja una lección estratégica para cualquier empresa:

Cuando una marca logra ser emocionalmente significativa, deja de ser solo una opción comercial. Se convierte en parte del tejido cultural.

En momentos de crisis o injusticia, ese vínculo se activa. Y lo que era una marca, se vuelve una causa. Así, la narrativa deja de ser un recurso de marketing para convertirse en un catalizador de comunidad.

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